Pertenezco a una generación que ha sido preparada para desarrollar una carrera profesional, he tenido a mi alcance, al igual que mi hermano, todos los instrumentos necesarios para obtener una titulación. En el ámbito académico jamás llegué a sentirme discriminada por ser mujer, jamás se puso en evidencia mi capacidad para conseguir lo que me propusiera, al revés, siempre he tenido un refuerzo positivo que me ha ayudado a confiar en mis posibilidades. Así he llegado hasta donde estoy, trabajando en lo que me gusta y sintiéndome realizada profesionalmente. No concibo mi vida sin mis hijos, pero necesito mi trabajo, porque me hace crecer como persona y me permite cultivar mi mente.
Esta misma generación a la que
pertenezco ha crecido con el firme convencimiento de una igualdad de género,
que nadie pone en duda, pero que en
muchos aspectos está vacía de contenido. Porque es esta misma generación la que
impone su propia definición “madre”, un concepto cargado de
abnegación y sacrificio que acompaña a las mujeres desde que damos a luz, y que
inevitablemente propicia juicios de valor en nuestra vida familiar y profesional. En el trabajo está mal visto anteponer las responsabilidades familiares a las laborales, eso nos hace débiles, trabajadoras de
segunda, limitando la posibilidad de ascenso y la credibilidad como
profesional. En casa, nos debemos a nuestros hijos, y todo el tiempo que dedicamos al trabajo termina convirtiéndose en sentimiento de culpabilidad. A diferencia de
los padres, las madres somos juzgadas constantemente, y en muchas ocasiones por
otras mujeres, eso es lo peor de todo.
Hace tiempo leí un post en el que
su autora reflexionaba sobre la responsabilidad de las madres de niños varones
de educar a sus hijos en la igualdad. Y
es verdad, que la igualdad comienza desde la cuna, pero es una labor que corresponde
a todos los padres y madres de niños y niñas por igual, porque el machismo se
transmite tanto de forma positiva como negativa. No me interesa que se regulen
normas para proteger el empleo de madres y mujeres embarazadas, ni que se
incentive el empleo para mujeres desempleadas, simplemente aspiro a que el día
de mañana estas medidas carezcan de sentido, cuando en la balanza la
responsabilidad esté equilibrada. Me interesan los horarios para padres y madres
que permitan la conciliación o el reconocimiento del permiso de paternidad en
iguales condiciones que la maternidad.
Con un hijo de casi tres años y
otro a punto de cumplir el año, estoy
experimentando el verdadero significado de “educar” y su poder de
condicionamiento. Una responsabilidad brutal y emocionante: escribir sobre una
hoja en blanco los renglones sobre los que se asentarán los valores de toda una
vida. Ojalá seamos capaces de hacerlo bien, se lo debemos a nuestros hijos y a
nuestra sociedad. Tenemos por delante el arduo camino de despojarnos de clichés
asumidos desde la infancia, entender que
es imposible estar al 100% en casa y en el trabajo y que la familia es una
responsabilidad de dos, aprender a ceder
esa parte de territorio considerado como femenino. Para ello disponemos de la
herramienta más poderosa y silenciosa: la educación de los futuros hombres y
mujeres.
Valentina ♥
Valentina ♥
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