¡Cuánto se podría decir de los abuelos! líneas y líneas, palabras y palabras… sentimientos y más sentimientos, muchos de ellos en la misma dirección, otros encontrados; como personas que son y han vivido, cada uno trasmite sus experiencias a su manera, a su modo, pero la inmensa mayoría con ese cariño y ternura que provoca esa categoría alcanzada en la madurez de la vida.
Nuestros hijicos, que hace nada nos daban tantas alegrías, preocupaciones, sobresaltos…se han hecho
mayores y junto a ellos disfrutamos de nuevas personitas, réplicas de los niños que durante años vimos crecer en casa. A veces nos parece mentira, pero ahí
están, son ellos, los chiquitines que van llegando, aumentando nuestra familia
y dando ese sentido a la vida que en algunas ocasiones nos cuestionamos por las circunstancias nos ha tocado vivir.
Estamos orgullosos de cómo los hemos criamos, tan buenos hijos, tan sensatos, tan responsables, "lo
hicimos bien" pensamos muchas veces, "ha merecido la pena tanta lucha", "son
nuestro triunfo" nos decimos en nuestro
interior; pero cuando llegan sus pequeñines, parece que nos volvemos tontos,
que no hemos criado a sus progenitores y dudamos de muchas cosas, por ejemplo, si la papilla es mejor de una forma u otra, cuál es la mejor hora para el baño, si hay que dormirles acunando
o no acunando, si es mejor leerles un cuento o contárselo, si podemos ponerles la tele un ratito para reposar un
poco o si quizá no debamos hacerlo… Sufrimos porque no les ocurra nada, en
especial estando con nosotros, porque
cualquier cosa que pudiera hacerles daño nos rompería en mil pedazos, queremos hacer todo perfecto y que nuestros hijos, "los nuestros", vean lo bien que lo hacemos y se sientan
orgullosos de nosotros, no solo como padres, sino también en este papel de
abuelos.
Unas veces son los hijos y nietos los que nos visitan a la que hasta hace poco era su casa, otras en cambio somos los abuelos
los que hacemos la maleta y acudimos a la ciudad en la que un día encontraron trabajo y hoy han construido su hogar, su propio nido. Una distancia obligada que impide disfrutar de costumbres cotidianas y del día a día, para nada suplantadas por las nuevas tecnologías de comunicación.
En nuestra cultura esta separación todavía nos afecta bastante, ya que para muchos de nosotros la familia es el sentido y la identidad de lo que somos y la transmisión de
la herencia que ello significa. Por ello, estas visitas son tanto para hijos, abuelos y nietos, un
bálsamo que ayuda a sobrellevar esa lejanía y a hacer que esos kilómetros que nos separan no se noten tanto.
La mamá de Valentina ♥
He visto tan reflejados a mis padres en su papel de abuelos en este post...! Muy emotivo, cercano, sincero...y bien escrito. De casta le viene al galgo! Enhorabuena!
ResponderEliminarMuchas gracias! me gustó mucho cuando lo leí y por eso quise compartirlo en mi blog. Un besote!!!
ResponderEliminar